Érase una vez una pobre mujer y su hijo que vivían en una pequeña aldea. Todos los días se levantaban antes del amanecer para recoger leña en el bosque. Luego el niño la llevaba al mercado para venderla como combustible en cocinas y chimeneas. Con el dinero que obtenía compraba las cosas que necesitaban: aceite, huevos y arroz, y luego regresaba a casa.
Un día, cuando estaba en el mercado esperando pacientemente a que la gente le comprara su leña, de repente vio un pequeño monedero que seguramente se le había caído a alguien. No sabía que hacer con él, así que corrió a su casa para enseñárselo a su madre.
“Madre, mira lo que he encontrado”, dijo el niño. Abrieron el monedero y contaron 15 monedas de oro.
“La persona que lo perdió debe estar preocupada. Tienes que volver al mercado y encontrar a la persona que lo perdió. Puede ser una persona tan pobre como nosotros que tenía pensado usar el dinero para arroz y aceite. Tú simplemente tienes que permanecer en el mismo lugar donde encontraste el monedero, y seguramente que la persona que lo perdió vuelve a buscarlo allí. El conservar las monedas me hace sentir muy mal, o sea, que apresúrate y encuentra al propietario”
Así que, tal como deseaba la madre, el chico volvió al mercado para encontrar al propietario. Poco tiempo después se dio cuenta de que un comerciante miraba para todos los lados como si hubiera perdido algo.
“¿Señor, ha perdido usted algo? Le preguntó el chico.
“Sí, he perdido un monedero. Debe habérseme caído en alguna parte”
“¿Es este el monedero, señor? Preguntó el niño al comerciante.
“¡Oh, sí! Exclamó el hombre, e inmediatamente comenzó a contar las monedas que había dentro.
“1, 2, 3,…¡15! ¡Sólo hay 15! Tenía 30 monedas en el monedero. Tú te has quedado con 15. ¿Cómo te atreves a robar mi dinero?”
“Yo soy honesto, señor, se lo aseguro, había solamente 15 monedas en el monedero”, lloraba el niño.
Comenzaron a discutir, y poco después una gran multitud de gente se reunió allí para ver lo que pasaba. La discusión empeoró, cada uno acusando al otro de no ser honesto. La gente que se arremolinaba alrededor les decía que fueran a ver al juez para terminar con la disputa, así que, al final, una larga hilera de gente se encaminó hacia la oficina del juez.
“¿Cuántas monedas había en el monedero?” Preguntó el juez al chico.
“Quince, señor”
“¿Y contaste tú solo las monedas?
“No, señor, mi madre también estaba allí, y las contamos juntos”, explicó el chico.
Al oír esto, el juez mandó a llamar a la madre y le preguntó lo mismo.
Ella contestó con honestidad que había quince monedas en el monedero.
“Le dije a mi hijo que volviera al mercado inmediatamente para intentar encontrar al propietario”
El juez echó una larga mirada a la mujer y a su hijo, y luego le preguntó al comerciante:
“¿Cuánto dinero has perdido?”
“Perdí 30 monedas de oro. Este chico me ha robado 15 monedas. Exijo que me las devuelva inmediatamente.”
El juez echó una larga mirada al comerciante también y consideró qué sería lo más justo. Después de un rato, una ligera sonrisa apareció en su rostro y declaró:
“Como insistes en que has perdido un monedero con 30 monedas de oro, este monedero no puede ser el tuyo, por lo tanto no lo podrás reclamar”.
Mirando al chico, dijo:
“Dado que tú encontraste el monedero y nadie con derecho a él lo ha reclamado, puedes quedarte con el dinero para comprar las cosas que tu madre y tú necesitéis. Caso cerrado”
Todas las personas en la sala, excepto el comerciante, se sintieron satisfechos, y creyeron que había sido la mejor decisión”.
Un día, cuando estaba en el mercado esperando pacientemente a que la gente le comprara su leña, de repente vio un pequeño monedero que seguramente se le había caído a alguien. No sabía que hacer con él, así que corrió a su casa para enseñárselo a su madre.
“Madre, mira lo que he encontrado”, dijo el niño. Abrieron el monedero y contaron 15 monedas de oro.
“La persona que lo perdió debe estar preocupada. Tienes que volver al mercado y encontrar a la persona que lo perdió. Puede ser una persona tan pobre como nosotros que tenía pensado usar el dinero para arroz y aceite. Tú simplemente tienes que permanecer en el mismo lugar donde encontraste el monedero, y seguramente que la persona que lo perdió vuelve a buscarlo allí. El conservar las monedas me hace sentir muy mal, o sea, que apresúrate y encuentra al propietario”
Así que, tal como deseaba la madre, el chico volvió al mercado para encontrar al propietario. Poco tiempo después se dio cuenta de que un comerciante miraba para todos los lados como si hubiera perdido algo.
“¿Señor, ha perdido usted algo? Le preguntó el chico.
“Sí, he perdido un monedero. Debe habérseme caído en alguna parte”
“¿Es este el monedero, señor? Preguntó el niño al comerciante.
“¡Oh, sí! Exclamó el hombre, e inmediatamente comenzó a contar las monedas que había dentro.
“1, 2, 3,…¡15! ¡Sólo hay 15! Tenía 30 monedas en el monedero. Tú te has quedado con 15. ¿Cómo te atreves a robar mi dinero?”
“Yo soy honesto, señor, se lo aseguro, había solamente 15 monedas en el monedero”, lloraba el niño.
Comenzaron a discutir, y poco después una gran multitud de gente se reunió allí para ver lo que pasaba. La discusión empeoró, cada uno acusando al otro de no ser honesto. La gente que se arremolinaba alrededor les decía que fueran a ver al juez para terminar con la disputa, así que, al final, una larga hilera de gente se encaminó hacia la oficina del juez.
“¿Cuántas monedas había en el monedero?” Preguntó el juez al chico.
“Quince, señor”
“¿Y contaste tú solo las monedas?
“No, señor, mi madre también estaba allí, y las contamos juntos”, explicó el chico.
Al oír esto, el juez mandó a llamar a la madre y le preguntó lo mismo.
Ella contestó con honestidad que había quince monedas en el monedero.
“Le dije a mi hijo que volviera al mercado inmediatamente para intentar encontrar al propietario”
El juez echó una larga mirada a la mujer y a su hijo, y luego le preguntó al comerciante:
“¿Cuánto dinero has perdido?”
“Perdí 30 monedas de oro. Este chico me ha robado 15 monedas. Exijo que me las devuelva inmediatamente.”
El juez echó una larga mirada al comerciante también y consideró qué sería lo más justo. Después de un rato, una ligera sonrisa apareció en su rostro y declaró:
“Como insistes en que has perdido un monedero con 30 monedas de oro, este monedero no puede ser el tuyo, por lo tanto no lo podrás reclamar”.
Mirando al chico, dijo:
“Dado que tú encontraste el monedero y nadie con derecho a él lo ha reclamado, puedes quedarte con el dinero para comprar las cosas que tu madre y tú necesitéis. Caso cerrado”
Todas las personas en la sala, excepto el comerciante, se sintieron satisfechos, y creyeron que había sido la mejor decisión”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario